4.02.2014

2011



La fluorescencia anaranjada se reflejaba en el ojo izquierdo de Vega, el débil sonido chirriante iba muriendo en el aire. Fumaba, parado en la terraza iluminada por el comienzo del crepúsculo. Vega sabía que los árboles se pelan en el acto de abrirse hacia el cielo. Crecen. Increíblemente crecen. Ascienden, desnudos y en silencio. Su lugar es afuera. Gracias a la intemperie obtienen su soberanía. Vega entendía de esas cosas. Vega sabía.

Echó un último vistazo. Desde arriba, la sombra de los postes se dibujaba sobre el ocre de las paredes, las rectas se deslizaban oblicuas hasta esfumarse. Las variaciones de la luz y su trazo geométrico, la aburrida lucha por los lineamientos. Y Vega ahí, mirando el ocre de las paredes tornando del naranja al rojo pardo, y la luz desplazándose lenta y acompasadamente como si ángulos de sombras fueran rotando. Vega sabía. Guardó una piedra en el bolsillo y bajó las escaleras, después de recordar que no había ascensor por el corte de luz.

Se cruzaron en el rellano y sin mirarle la cara, la dejó ir.

En la gelatina blanda y silenciosa de la penumbra, esperó un rato, se sintió flotando, y en un rapto de arbitrariedad, movió el picaporte del departamento. No entendió porqué se abrió la puerta de su vecina, pero entró con absurda tranquilidad. Bajó dos escalones amplios de la entrada, lentamente se dirigió hacia el centro de la habitación. Sobre una mesa ovalada yacían invertidos muchos vasos y copas de vidrio. Miró hacia la izquierda. La puerta le causó un temor que nunca hubiera reconocido. Abrió. Un baño de azulejos blancos. Cerró. Hacia la derecha, un rectángulo enorme de vidrio grueso dejaba pasar poca luz. Decidió no avanzar. Se sentó al flanco izquierdo de la mesa.

Era su vecino, pero no la hablaba porque su memoria se había convertido en un perfectito receptáculo de los cachetazos en la piel y los gemidos que oía. Estruendosas carcajadas orquestales resonándole en las paredes, mientras machos cabríos de porte soberano y pechos erguidos marcaban territorio, mientras ella estaba del otro lado resoplando y revoleando la crin rítmicamente, galopando en prados de terciopelo bordó y lentejuelas tornasoladas, prados con aires rancios y perfumes baratos, con nubes de encajes negros y tules rojos.

De a poco, una irritación descomunal lo fue carcomiendo y se levantó, no sin antes advertir que tenía la pija parada. Quería hurgar entre la bombacha, untar los dedos, explorar recovecos. Nada mejor que acabar adentro y dejarle un río de semen tibio surcando su vagina. Sintió una irrupción de energía libre en la venas abriéndose camino como un gran chorro de semen expulsado con vehemencia, y deslizó el antebrazo izquierdo, arrasando con los vasos y copas de vidrio que explotaban contra los cerámicos. Entre la resonancia de añicos que saltaban, él se imaginaba con la yegua en cuatro, dándole por detrás, enterrando los dedos en la cabeza para sofrenarla en una doma a crina limpia. Casi cegado y ante la necesidad de aire, se tiró contra el ventanal de vidrio grueso. Sacó la enorme piedra del bolsillo y comenzó a pegar contra el vidrio. Pegó. Pegó. Sentía el rose de su rebelde cabellera, sacudiéndose como una oscura fronda enredada. 

Después del estallido saltó una lluvia vítrea que espejeaba los últimos fulgores de afuera. Mientras el vidrio se deshacía como una pastilla efervescente, él la abría, desplegaba cada uno de sus pétalos, saboreaba el estambre, libaba las esencias, para luego irse y dejarla chorreando néctar, mientras ella estaba quieta, como un lirio petrificado en medio de la escarcha, sólo que en ese momento frente a él, con la puerta del departamento entreabierta y la cartera en la mano porque había olvidado cerrar con llave.


Con un párrafo de Robbe Grillet (2012)

I

Bruscamente, la cortinas de largos temblores. Habitación recubierta de madera. Al lado, hacia la izquierda, el personaje. Su modo de ser mueble. Permanece en la dirección oscura. Ojos como paneles quedos. Este rostro recorre ligeramente la ventana. Un torso pequeño queda en la mirada. Una cabeza se detiene. Alguno se detiene. Camina. Lo separa la pared. Hace decir como la madera recubierta. Bruscamente, siguen las cortinas. Mover el torso, arrastrarla hacia los rasgos oscuros de la izquierda. Incluso, recorrer los paneles de alguna cabeza mientras los segundos vuelven de a uno en dirección a la puerta o hacia el borde de ese temblar de largos lados. Arrastrala ligeramente y detenerse con asecho. Con precaución, cerrar la puerta y levantar el cuello rígido, evitando ruidos invisibles. Llegar al afuera inmóvil y mirar su tamaño. Arrastrar la mirada hasta el fondo y mirar bruscamente el temblar rojo de las cortinas, en esos bordes normales, rígidos como el personaje y el mueble cerrado, invisibles como los paneles quedos de la cabeza, paneles con ventanas y bordes al acecho. Arrastrarla bruscamente recubierta de cortinas, girar el violentos rojos. Luego, todo inmóvil.

II

El personaje hace sonar la puerta, evita el borde de las cortinas y camina hacia la izquierda. Con golpes invisibles, bruscamente hace temblar la ventana y aparece una cabeza. Permanece con precaución ante la mirada desnuda de rojos violentos que lo arrastran rígido, inmóvil. Mientras mira, levanta la cabeza y recorre la habitación. La ventana es como una puerta que los separa. Desde afuera, alguien mira el girar de las cortinas y una silla en la sala. La cabeza, el cuello y el torso desnudo tiemblan. Siguen de este modo. Permanecen frente a la puerta. Parece que un sonar violento, invisible, los hiciera permanecer así. Alguien desde afuera, tratando de evitar la pared que lo separa. De pie, al lado del largo terciopelo que pone oscuras las cortinas ligeramente rojas, rígido como la desnuda y la silla que siguen como paneles quedos frente al gran golpe violento de su mirada. El sonar se detiene por segundos y vuelve. Evitando el sonar, alguno de los dos bajará la cabeza y otro caminará en dirección contraria, hacia otro torso.

III

El mueble parece temblar con los golpes del personaje. Las ventanas hacia afuera siguen rojas. La desnuda esta oscura, sin rasgos ni torso. Camina por la habitación mientras afuera se mueven terciopelos. Todo gira en largos invisibles mientras acecha temblando. Un personaje hace sonar el cuello de una madera recubierta. Con precaución sus pasos van hacia las rojas. A la izquierda el ruido por segundos es normal. Camina sobre el fondo de un panel de tamaño violento. La cabeza inmóvil sigue al terciopelo de afuera. El mueble hace de puerta en la sala. Ligeramente, el personaje, al mirar, arrastra las rojas, como cuando se separan en la cabeza las direcciones que detiene un rostro que mira los bordes de un afuera. Desde la derecha todo es invisible y la madera permanece bruscamente normal. Las ventanas dicen esto, porque hay un afuera inmóvil, cerrado, que separa con precaución lo normal de los violentos tamaños de un afuera invisible que acecha.

El personaje camna sobre el panel, y levanta la cabeza para recorrer con el sonar la mirada de la desnuda. Ya no parece que es el mueble-puerta el que tiembla con los golpes del personaje. Es la desnuda la que ahora hace de puerta y es el panel de gran tamaño el que ahora hace de sala. El personaje toca la desnuda-puerta, arrastra la cabeza sobre el terciopelo, separa los bordes, esas cortinas rojas, los hace temblar, mientras hace sonar los golpes sobre la desnuda que mira al personaje recubierta de su propio terciopelo que la 
separa del afuera, mientras se levanta y tiembla toda con un sonar invisible.

Santiago Sivartén. Suicidio y eses. (del 2006)

Se sentó y soltó un salivazo. Sofía. Sabía que no sería simple sobrellevar esa sala sombría, ese suéter sucio, y ese sapito sencible que salía saltando, siempre solo, siempre sordo, y súbitamente seguía su senda. Sofía se secaba. Ser Santiago, ser Sofía, ser la sentencia y el salvajismo.

soltarte/ sobre los sargazos/ sumergir tus senos/ sumirnos sacados/ salivar en sueños/ saquémonos la sangre/ sobrevolemos/ sólo salir sueltos/ sólo sabernos

Seguía sumergido el sable. Surgía su sangre, un sangrar sicalíptico, similar a la savia que sentía en sus sábanas, sobre todo, los sábados, en los que Sofía suspiraba sobre él. Se sentía un samurai senil, simple, solo y sucio. Surgían signos sueltos salían del suelo lo saturaban susurros siniestros sinfonías sarcásticas sonrisas sueltas y se secaba se secaba en suma sofocación seguía el sudor sentía sobre él una sarta de soles sucedidos en siete siglos salpicaba saliva seguía con sed soñaba con un seudo sitio selvático y seis semicírculos de sales
 se sumaban sudor y sangre
 se sostenía del sillón
 le salía un soplo suave, seco.
Un sabio, que supo ser Sócrates, sahumaba la sala, su sala, sintió sabor a sándalo y sonrió suspirando seco. Sobre un sauce salpicaba sustancias una solapada serpiente y series de siameses se sentaban sumisos en un santuario, una sucesión sempiterna de sirenas solfeaba seductoramente, y una sargentona de saya sensual sitiaba con su séquito a un sastre solterón y saxofonista, ¿lo siguiente? un sacerdote con sotana secando un sarcófago con superabundancia de semen, un samaritano saltaba sin sentido y un sultán suspiraba sentimientos en sánscrito

soltarte/ sobre los sargazos/ sumergir tus senos/ sumirnos sacados/ salivar en sueños/ saquémonos la sangre/ sobrevolemos/ sólo salir sueltos/ sólo sabernos/ sólo eso

La silueta de Sofía subía y sonreía sádicamente.
Sólo se supo de un suicidio.

2006

Piel Naranja
el punto es punto entre los puntos

Piel Naranja no llores mandarinas
el mundo es mundo entre los mundos

Piel Naranja
arranca mis cabellos colorados
me crecen las uñas del tormento
(tengo la lengua de vidrio y opio)

Piel Naranja
mis pecas me golpean, me muerden

Piel Naranja quiero morir

Piel Nar

            duende alado

Sobre el fluir ascendente. (del 2007)

I

mariposa
mar que posa
en el polvo cosa

oleaje o aleteo
oleaje del Leteo,
aleteo de ojos
parpadeo

par de ojos
mar de ojos
caudal de ojos:
la calle

ahí los aleteos
caudal de parpadeos
la calle
un caudal de mariposas
calle de mar que posa
en el polvo cosa

II

calle de mar con puerto
del polvo cosa

todo muerto
todo polvo
luego, nada es cosa
todo muerte
soy fuerte
si puedo verte

verte
verter
locura

nosotros, muerte loca
vertiendo escritura

escribir desde la altura
mendigar en basurales de discursos

escritor,
mendigo discursivo
mendigo del curso de discos:
poesía discoidal

III

escritor
del vapor en espiral
aspirar, espirar

escritor
de poesía discoidal

sedante evaporación
seda de ilusión
seducción

poeta,
ahí tu poesía discoidal:
eyaculación del sahumerio

aspirar
espirar
expirar